El tabaco.
El tabaco es una planta originaria de la isla de Cuba, que fue descubierta con motivo de la llegada de Cristóbal Colón al continente americano. Dos marinos de Colón notaron que uno de los jefes indígenas siempre chupaba una hoja de planta arrollada, que tenía dentro unas hierbas, a la que encendía con una brasa por el otro extremo; y que al parecer le producía un estado como de embriaguez.
En realidad, es una planta que abunda en los países tropicales americanos; que alcanza una altura de unos dos metros, y cuyas hojas son planas, bastante grandes, y de textura pegajosa. En estado natural, tiene un olor desagradable, que principalmente proviene de sus flores, que son de color rojizo y tienen forma de embudo. Para utilizarlo en la fabricación de cigarros, se emplean sus hojas, previamente secadas y fermentadas; que ya sea se cortan en forma de fibras, como se utilizan para envolver los llamados cigarros de hoja, o habanos (por referencia al nombre de la capital de Cuba).
Habiendo un fraile francés de apellido Thevet, llevado a Francia algunas semillas de esa planta, fue difundida en ese país hacia 1560, por un diplomático llamado Jean Nicot; lo que derivó en que se denomine nicotina a la sustancia alcaloide que produce sus principales efectos. Al principio, se atribuyeron al tabaco virtudes medicinales, por lo que su cultivo alcanzó un importante desarrollo tanto en Francia como en España.
Posteriormente, el tabaco fue difundido en Inglaterra y en los EE.UU., lo que se atribuye a Sir Walter Raleigh. De todos modos, ya en el territorio norteamericano, era costumbre de los indígenas fumarlo; siendo una ceremonia característica de ellos, cuando ponían fin a sus combates, fumar la llamada pipa de la paz, que consistía en un recipiente donde se quemaba el tabaco sorbiendo el humo varias personas conjuntamente, a través de sendos tubos.
El uso del tabaco, y la práctica de fumarlo, despertó importantes resistencias en la Europa del siglo XVII. El Rey de Inglaterra Jacobo I fustigó duramente esa costumbre; que también dio lugar a que hacia 1620 el Sultán de Turquía (que en esa época comprendía la zona balcánica de Europa) dispusiera su prohibición con imposición de graves castigos a quienes la infringieran.
Actualmente, la industria tabacalera, que tuvo un enorme auge y fue una de las más poderosas economicamente, se encuentra desde hace años enfrentada a una gran oposición, debido a la constatación de los efectos gravemente perniciosos del hábito de fumar. En casi todas las naciones civilizadas se han aprobado leyes y reglamentaciones que restringen los lugares en que se permite fumar, a causa de la influencia que el humo del fumador tiene sobre quienes lo aspiran, aunque no lo fumen. En otros lugares cerrados, se impone separar los sitios en que los fumadores son admitidos, reservando áreas a los no fumadores, que cada vez son las de mayor extensión.
Las empresas tabacaleras han tratado de disminuir el peso de esa oposición, introduciendo cigarrillos que tienen colocados filtros y procurando producir tabacos con menores concentraciones de nicotina; pero ni los filtros son suficientemente eficaces ni la nicotina - siendo el peor - es el único de los componentes nocivos del humo de tabaco.
Lamentablemente, la publicidad de las marcas de cigarrillos, que tiende a presentar la acción de fumar como expresión de sociabilidad y diversión - al igual que la publicidad igualmente nociva de las bebidas alcohólicas, especialmente la cerveza - tratan de captar a los jóvenes; lo cual es más inapropiado, no solamente porque así los efectos nocivos de esos vicios afectan a los individuos en edad más temprana, sino porque en ello está implícito que si adquieren el vicio, la dependencia que el tabaco - y el alcohol - producen, los convertirá en consumidores habituales.
Si esto es triste y lamentable respecto de los jóvenes varones, mucho más lo es respecto de las mujeres; a las que se procuró - en forma lamentablemente exitosa - incorporarlas a ese vicio, puramente para aumentar el mercado potencialmente consumidor de los cigarrillos.